
La construcción monolítica del poder exige el cumplimiento de los compromisos pactados por el colectivo más allá de las prebendas tradicionales que coaccionan la ejecución de sus actividades beligerantes, las cuales necesita cumplir para mantenerse incólume y sin afectación. El incumplimiento de los principios que aupan el poder sólo puede obedecer a medidas drásticas impuestas desde la esfera de lo tenebroso, que en este caso, se refiere al numen-poder, también monolítico, monoteísta y reproductor de un linaje ambiguo anclado y atomizado en un sistema de valores, creencias e imaginarios al servicio de sus propios intereses; una coalición flagrante de corrupción despótica y religiosa, que atañe con la dimensión física y la metafísica; pretende la unión del mundo y el inframundo, de la luz y la sombra en un mismo acto de magnificiencia.

Cuando el poder pierde la perspectiva de lograr el asentamiento de lo social y dar satisfacción a las necesidades colectivas, sin distingo de razas, de estratos o sustratos, crea la avalancha de un proceder antagónico; es decir, genera sobre sí mismo las sogas que han de ahorcarlo y finalmente aniquilarlo.
Hacia una conciencia emocional del dolor y el sufrimiento. El trauma escuece desde la sombra, se ubica en el lugar polar del corazón, porque es de donde nace la zanja, desde donde se pervierte el olvido del tiempo feliz... La mandrágora crece en la tierra muerta y seca de Sémele; en la yerma; pues la mandrágora representa el sabor de lo genitivo, del engendrador sin señales de olmo ni recuerdo... Así crece el poder, genital, penetrador, dominante del orbe cuando se yergue como un obelisco, una torre o sobre la cenizas de lo humano, como en los dólmenes y los túmulos sembrados en el jardín de la muerte…

