Una excelente reseña sobre mi libro Poética de la Muerte, con el cual obtuve en el año 2005, el primer premio en la Bienal Miguel Enrique Utrera, otorgado por la Casa de la Cultura de Maracay fue realizada, en su oportunidad, por el poeta Gabriel Saldivia, quien, luego de leer la publicación, redactó la siguiente nota en el órgano cultural de prensa Todos Adentro, en su columna "Leer a Granel" publicado en Junio de 2006, por lo cual le estoy agradecido:
¡Muchas personas creen que hablar de la muerte es algo oscuro y tormentoso. Otras, les entra cierto miedo y hasta pánico. En general, se cree que es un valor negativo; sin embargo, la muerte es una dádiva, cuando la vida ha sido un sufrimiento; es una diadema, cuando se ha trabajado el vivir plenamente en todos los sentidos; y es una gloria, si por medio de ella uno alcanza a descifrar el más íntimo misterio que nos permite el último acto: el misterio de la vida!
A continuación, un fragmento del libro, precisamente, del Capítulo II, Del Poeta y sus Visiones, que contiene el subtítulo; "Poética de la muerte":
Poética de la Muerte
I
El poeta es un iniciado en la experiencia de la muerte.
Por el poema recobramos la vida desde el fondo de la muerte.
HANNI OSSOTT
HANNI OSSOTT
La esencia del hombre es ser mediación
y cuando no media desaparece
H.A. MURENA
H.A. MURENA
En la apertura del juego de la existencia, el poeta acomete con error insalvable: pregunta por la poesía, inquiere sobre el ser de una abstracción mágica. Se desvive y se desnuda en el compás de un ludismo mortal. El ser-para-la-poesía del poeta es confluencia de su ser-para-la-muerte. Y como dictara Ida Gramcko: no somos seres, somos un ser. Poesía y muerte juntas van en el poeta; y además, la soledad, cotidiana jerarquía del horizonte. Amarga sabiduría la del crecer interior, donde muerte y renuncia son el baile, la invitación donde uno danza y se presta al morir.
Del diario convivir con estos sagrados verbos –vivir, morir– nutre el poeta sus ensueños, aguas especiadas de otras realidades que foguean la respuesta a sus interrogantes, desazón y desatino en las vías de su habla. Tal un discurso ambientado en “soledad sonora” y en “música callada”, como paisajes del alma.
Alma sería aquella que tiene la propiedad
de no dejarse sorprender nunca en la punta del escalpelo.
Eso es todo.
PIERRE REVERDY
Apuntaba así, Pierre Reverdy, sobre lo incierto de la búsqueda científica de la materia alma. Precisamente, por esto podemos llamar alma a la interioridad. Ámbito donde se gesta el sí mismo del hombre; en donde el valor de iniciación se apuesta a lo divino y a esa luz interior que posesiona como un fluido la esfera del sentir y asperja sus resplandores sobre nuestra oscuridad:
¿Es la noche extravío? ¿Qué es la noche?
¿Por qué nos socava?
Cada poeta tiene una respuesta para el sentir de la noche,
cada poeta hace en sí su noche.
HANNI OSSOTT
Para que el poeta “conozca” el desconocer, debe hurgar en su noche; y adentrarse en ese misterio es percibir con sentido la muerte. Tantas veces la etimología de una palabra es capaz de excitarnos con sus imágenes, verbigracia; conocemos infierno, por ínferus, del latín; lo de abajo, lo profundo, lo ctónico, como diría Jüng. Iniciarnos en lo infernal es, pues, entrar en el dominio de la muerte. Así, lo aterrador pervive en el morir, y al igual que la noche, es misterioso su acontecer, de ambas desconocemos. De las sombras de la noche, surge el día, la vida. De la muerte, suponemos un tránsito y hurgar esa estadía significa la verdadera suspensión de los sentidos. Infierno: no hades sino sepulcro; muerte como verdadero morir, cuyo tránsito es requisito, petición y devoción. Vivir para morir es el estandarte secreto del vivo ser. No obstante, lo divino ha sembrado en el corazón del hombre, el anhelo de inmortalidad. Y de la vida, la sombra de la muerte promete otra liberación. Falsas pueden ser las jerarquías de una vida absoluta.
La sombra de la muerte serpentea como el dragón del Génesis; habla detrás de los cuellos e irrumpe con su proposición luciferina: la duda, morir: ¿transvivir? Por imágenes de la cristiandad conocemos la muerte como enemigo: se ha sumergido al hombre en la tragedia y en la culpa de vivir. Muerte como castigo de ser, caída inevitable, vaticinio divino.
Cuando el poeta quiere hablar de su noción de la muerte, hace y comporta un decir desde su cuerpo, intracuerpo como diría Ortega y Gasset; así, monologa y crece en sabiduría; despojo y suspensión le dan la medida de lo moribundo.
Desde estas iniciaciones, el poeta entra en los quehaceres del morir, y aún así, es capaz de engendrar en lo vacío, por lo no respondido. Se eleva como la voz que clama en el desierto; puede convertirse en profeta de la muerte y en vidente. El poeta es capaz, incluso, de cantar, y como Rilke, de celebrar. Porque la muerte lo hace vulnerable, el poeta se llena de miedos. La muerte nos suspende, destruye nuestro tiempo y nuestro espacio. Todo lo que digamos de ella será un habla de engaños, de sugestiones en negativo, posibilidad, mas no verdadera realidad. Sin embargo, el poeta habla de la muerte, porque ama su decir. Y mientras el poeta exprese e interprete, seguirá siendo poeta, y no sólo un vivo entrado en el morir. Cuando calla es inevitable la nada, porque su fiesta es la palabra. Del buen escuchar y del atender, nace la resonancia. Mas, si persiste en el silencio, se hará místico, si lo decide, será filósofo. De forma denodada, por ser poeta, actúa en la escena de lo trágico, acomete con rebeldía el espacio de lo inefable y cobra nuevos ánimos para vencer su angustia, la del saber morir.
Referencias:
Carlos Aguilar Sanchez: Poética de la Muerte. Ensayos sobre la Creación Poética. (1987-1999). Fondo Editorial Secretaría de Cultura del Estado Aragua. Serie La Lámpara Cautiva, 2005. (pp. 14-17)
Gabriel Saldivia. Diario Todos Adentro. Semanario Cultural de la República Bolivariana de Venezuela. Sección "Leer a Granel" (Junio 24, 2006). p.11

